Nací para acostarme con el alba
después de culminar una escalera,
decirle guten nacht a la portera
y pintarme los párpados de malva.
Nací también para quedarme calva
y vivir amarrada a una pulsera,
y dormir con mi propia calavera,
y salir de ese túnel sana y salva.
Nací para lanzarme al abordaje
y beberme la vida de improviso,
sin calcular la espuma o la ceniza.
Pero nací también para ese viaje
donde ya solamente se cotiza
la probabilidad del paraíso.