Me gusta, de Zapatero,
que es un hombre feminista,
y porque nadie lo dude,
y porque nadie le diga
que no lo es de corazón,
sino sólo de boquilla,
nos lo tiene demostrado
por activa y por pasiva.
Ha promulgado una ley
que es la equidad en sí misma,
y por ser de paridad
hay quien tacha de “parida”,
y que en esencia consiste
en imponer que en las listas
y en los consejos de empresa
haya una idéntica cifra
de chorbas y de maromos,
o sea, de chicos y chicas.
Sobre esta ley paritaria
España está dividida:
a una mitad le parece
que es la octava maravilla,
mientras que la otra mitad,
la encuentra un poco ridícula
y sigue sin reponerse
del asombro o de la risa.
…
Si de algo peca esta ley,
será más bien de mezquina,
pues apenas si resuelve
dos pequeños problemillas.
¿Qué hay de los toros, señores?
¿no es acaso una injusticia
que no haya una picadora
siquiera en cada corrida?
Lo mismo digo del fútbol,
que encima es cosa de ligas,
y qué decir del boxeo,
o de la vuelta ciclista.
Yo no puedo conformarme,
y no dormiré tranquila,
mientras no haya un fifty fifty
de taxistos y taxistas,
de camellos y camellas,
de peritos y peritas,
de fulanos y fulanas,
de albañiles y albañilas,
de soldados y soldadas,
o de obispos y de obispas.
…
A todas luces, la ley
se queda un poco cortita.
No regula, verbigracia,
con la falta que me hacía,
cómo ha de estar en la cama
una mujer progresista
(si unas cien veces abajo
y otras cien veces arriba),
y tampoco nos resuelve
y eso que es cosa de miga,
quién debe atacar primero,
si el marido o la marida.
Pero según tengo visto,
y a juzgar por las ministras
que ha elegido Zapatero
para que queden bonitas,
lo que en verdad echo en falta
en esta ley feminista
no son mujeres electas,
sino mujeres que elijan.