Romance de Carmen Calvo

Romance de Carmen Calvo

Ahora que ya se ha marchado
y no contamos con ella,
puedo decir que me falta
y que su falta me estresa,
y hasta afirmar que en el cielo
se me ha apagado una estrella.
Sin Carmen Calvo en Cultura
nada en la vida me alegra,
nada me invita a la risa,
nada me quita las penas,
y por mucho que la busco
no le hallo justa heredera.

¿No echan ustedes de menos
su desparpajo y su flema?
¿Sus espontáneas salidas,
su ignorancia enciclopédica,
sus meteduras de pata
o su falta de vergüenza?
¿No encuentran que es un hallazgo
sólo digno de un esteta
elegir para ministra
de Cultura o lo que sea
a una señora que dice
– y suponemos que piensa –
que los conciertos de rock
de cualquier banda extranjera
nos representan mejor,
y hacen más por nuestra lengua,
que el Instituto Cervantes,
que le parece una mierda?
¿No les resulta gracioso
que una mujer que gobierna
a su capricho y antojo
en nuestras artes y letras
convierta al fraile en la fraila
si el fraile tiene dos tetas,
se lleve al Mediterráneo
los arenales de Huelva,
tache de “propositivo”
nuestro cine a la europea
traducido al castellano:
el que aburre a las ovejas -,
y se quede tan campante,
y se vaya tan contenta?

Pero tiene esta ministra
un estuche con dos perlas:
aquello de “dixie” y “pixie”
ya fue la rematadera,
porque si hasta la ministra
de la hispana cultureta
confunde un dicho latino
con un ratón de Barbera,
ya puede usted figurarse
qué enseñanza nos espera.
Y en cuanto a las libertades,
lo tranquilo que te quedas
sabiendo que tus retoños
van a tener las que quieran:
la de cambiar a su gusto
de nación y de bandera,
y sobre todo, señores,
la de cambiarse de acera.
No hay cosa más importante
“Calvo dixit” allá en Chueca –
que el derecho de los hombres
a tirarse lo que quieran
(pero no sólo en el mundo,
sino en todos los planetas).


Laura Campmany