A doña Elena Salgado
hay que hacerle un monumento
pues no ha existido ministra,
entre las de Zapatero,
que haya invertido más horas
o hecho mayores esfuerzos
por prolongarnos la vida
a los sufridos batuecos.
Para lograr su objetivo,
que debiera ser el nuestro,
se propuso la ministra
– démosle gracias por ello –
modificar las costumbres
perniciosas que tenemos
sin la menor tolerancia,
o sea, tolerancia cero.
El tabaco, que ya saben
que es un placer traicionero
que si es bueno para el alma
es nocivo para el cuerpo,
y además huele que apesta,
y encima cuesta dinero,
ya no puede consumirse
salvo en lugares abiertos –
por el método infalible
del castizo “manda huevos”.
Con decisión tan tajante
se consiguen dos efectos:
los que no son fumadores
se ahorran los humos ajenos,
y los que aún sigan fumando
bajo la lluvia y al viento,
de tanto estar a la fresca,
van a durar mucho menos
(lo que a la larga equivale
a unos millones de euros).
…
No contenta la ministra
con librarnos de un veneno,
mostróse muy preocupada
(gracias, señora, de nuevo)
con la fibra que ingerimos
y nuestro tránsito interno,
con la ratio de verdura
y de grasa que comemos,
y con los colesteroles,
que los hay malos y buenos.
Centró esta buena señora
sus maternales desvelos
en las superhamburguesas
que venden ciertos comercios,
que de por sí son la bomba,
pero si les pones ketchup,
si les añades mostaza
y alguna loncha de queso,
no es que te salgas del tanga,
es que te sales del pueblo.
La cuitada habrá tenido,
al cambiar de ministerio,
que comerse con patatas
sus campañas antiobesos.
…
Queda igualmente pendiente
de taxativo remedio
ese problema del vino
que no hay por donde cogerlo.
Pero, pues ya es Bernat Soria
el que debe resolverlo,
a doña Elena Salgado
se le ha acabado este cuento.