Para entonar el ambiente
sin quedarme medio en bolas,
me parece que ya es tiempo,
me parece que ya es hora
de dedicarle un romance
a la ministra Narbona,
pues con todas las sandeces
que ha vertido esta señora,
puede llenarse un embalse,
recuperarse una flora,
y hasta encontrarse un motivo
para decirle tres cosas.
…
Si ustedes no han renunciado
a gestionar su memoria,
recordarán los incendios
que ya hace un año y mil coplas
nos dejaron a Galicia
más quemá que la Pantoja.
Dijo entonces la ministra
– ¿pero quién no se equivoca? –
que la culpa la tenían
los retenes Malasombra,
que por non falar galego,
– con lo fermoso que soa
e o fácil que é falalo
sen pasar pola Sorbona–
se quedaron en la calle
y repartieron estopa.
Como aquello no era cierto,
volvió al ataque la doña
y esta vez le echó la culpa,
con diplomática prosa,
a la falta de cultura
de las gentes de la zona.
Es lo que tiene ser lista
y disponer de un diploma:
que la gente de los pueblos
te parece gilipollas.
…
Pero es en Murcia y Valencia
donde sin duda la adoran,
porque de sus alcaciles,
berenjenas, alcachofas,
melocotones, naranjas,
«albercoques» y bajocas,
dijo que no están tan ricos
gracias al sol que los dora,
sino a las aguas fecales
que los maduran y aroman.
A los sufridos huertanos
también les dijo Narbona
que ella no es un grifo abierto,
ni vive en Villa Meona,
y del trasvase del Ebro
no van a ver una gota,
porque aunque el Delta se inunde
o reviente Zaragoza,
no es costumbre socialista,
sino de curas y monjas,
dar al que no tiene nada
lo que a su hermano le sobra.
Pues se le queman los montes,
se le sublevan las moscas,
las medusas le prosperan
y el agua se le desborda,
a esta plaga de ministra,
por no decir de langosta,
poco será compararla
con la Caja de Pandora.