Romance del carné por puntos

Romance del carné por puntos

Iba el Cid en su Babieca
con su Tizona en el puño,
galopando a toda leche
hacia un enclave moruno,
seguro de su coraje
y de su fuerza seguro,
cuando la guardia civil,
que andaba por esos rumbos
y le esperaba emboscada
tras una mata de juncos
con instrucciones severas
del gerifalte de turno,
le hizo un alto con la mano
y al instante le detuvo.
«Sosiegue vuesa merced,
– habló, de los guardias, uno –
que vais a treinta por hora,
y lleváis suelto el escudo.
Los cascos de la montura
a punto están de echar humo,
ibais hablándole al cielo
de sabe Dios cuál asunto,
y bien se ve en vuestro aliento
que habéis catado el orujo.
De forma que ya podéis
iros comprando un canguro,
que a caballo no podréis
montar en un par de lustros,
y como no obedezcáis,
encima os meto yo un puro.»
No conocía el Campeador
el nuevo carné por puntos.

Iba Cristóbal Colón
callado y meditabundo,
navegando a todo trapo
por esos mares profundos
hacia un viejo Continente
que luego fue el Nuevo Mundo,
cuando cierta patrullera
le interceptó como pudo,
obligándole a parar
y a tragarse este discurso:
«¿Se pensaba el caballero
que el Océano era suyo?
Vuesa merced navegaba
a lo menos siete nudos,
y le hemos visto virar
sin intermitente alguno.
Si además la embarcación
como me temo y presumo,
ni ha pasado la ITV
ni dispone de seguro,
os la habré de confiscar,
y hasta meteros al trullo.»
De nada sirvió llamar,
al patrullero, capullo.
No conocía Colón
el nuevo carné por puntos.

Yo ya no fumo en el coche,
yo ya la radio no escucho.
Aunque tenga la autopista
menos tráfico que un duro,
de ciento veinte no paso,
y ni adelanto a los burros,
y si me tomo una caña,
simplemente, no conduzco.
Y es que conozco, pardiez,
el nuevo carné por puntos.


Laura Campmany