Por si ustedes lo ignoraran
– les felicito por ello -,
tengo el deber de contarles
que Rodríguez Zapatero,
como tan sólo unos pocos,
y a diferencia del resto,
no ha surgido de la nada,
sino que tiene un abuelo.
A ese abuelo lo mataron
en la guerra, y lo lamento,
y no dudo que merezca
el cariño y el recuerdo
de sus hijas y sus hijos,
de sus nietas y sus nietos.
Lo que ya no es de recibo
y me parece hasta feo
es que el hombre que en sus manos
tiene el futuro de un pueblo
se saque de la chistera,
como si fuera un conejo,
una ley disparatada,
una máquina del tiempo,
una memoria trucada
y una justicia con cepo
capaz de partir a España
en dos mitades de nuevo,
sólo por darse el gustazo
de vengar a sus ancestros.
…
Aunque parezca mentira,
también yo tuve un abuelo
al que no habiendo hecho nada
y con dos hijos y medio
(dos ya venidos al mundo
y de camino, el tercero)
unos buenos milicianos
decidieron meter preso.
Casi tres años estuvo
encerrado como un perro.
Tres veces lo pasearon
por la paz de un cementerio.
Tres veces lo fusilaron,
aunque de broma y no en serio,
por ver si los pantalones
se le manchaban de miedo.
Debieron de impresionarle
los viajecitos aquellos,
porque murió de un infarto
siendo más niño que viejo.
…
Dirán ustedes que vale,
dirán ustedes que bueno,
que en las guerras pasan cosas
que nadie nos merecemos,
y que en aquella contienda
aquí el que más y el que menos
pagó en sangre de su sangre
un hemorrágico precio.
Eso que piensan ustedes
es lo mismo que yo pienso,
y por eso me pregunto
si se creerá Zapatero
que sólo él tiene motivos,
que sólo él tiene derecho
a darnos hoy la barrila,
la brasa y hasta el brasero,
con su versión de la guerra,
lo incansable de su duelo,
su rencor inextinguible
y la historia de su abuelo.