Romance de la Magdalena

Romance de la Magdalena

¿Cómo iba yo a escatimarle
una semblanza completa
a la más extra-ordinaria
de las chicas zapateras,
que como ustedes bien saben,
o por lo menos sospechan,
es la ministra que llaman,
por mal nombre, «Mandatela»?
Su talento es un arcano,
un misterio, su carrera,
y es uno de esos enigmas
que ni del Oso despeja
cómo ha llegado a ministra
de Fomento una sujeta
que antes lo fuera del Caos,
pues no otra cosa fomenta.

Según se escucha en la radio
y puede verse en la prensa,
si existe un punto en España
sobre el que nadie discrepa
es en lo bien que estaría
que esta dulce malagueña
dimitiera de su cargo
con la mayor diligencia.
En definirla, no obstante,
sí hay alguna controversia.
Unos la acusan de zafia,
otros la tachan de lerda,
Fulano, de marimacho,
y Mengano, de tipeja.
Hay quien dice que se come
de cuatro en cuatro las letras,
y que cuando habla, rebuzna,
(otros dicen que berrea),
y no falta quien le achaque
modales de verdulera.

De los trigos que ha sembrado
viene tan fértil cosecha.
Cuando se fue a inaugurar
la estación de metro aquella,
propuso a Esperanza Aguirre,
por no dejarla compuesta,
colgarse a una catenaria
o tumbarse en la vía férrea.
A los pobres catalanes
los tiene sin una perra,
y aún se atreve a prometerles
infraestructuras punteras.
El chapapote de Ibiza,
desde luego, no la altera
(total, si es sólo un hilillo
que es que no llega ni a cuerda),
y a micrófono cerrado,
en una radio gallega,
dijo que estaba hasta el moño
del «Plan Galicia» de mierda.
Como no puede decirse
que derroche sutileza,
aquí ya no se anda nadie
con pamplinas o indirectas,
y ya reclaman su cese
PNV y Convergència,
el Pepé e Izquierda Unida,
y en suma, todas las fuerzas.
Menos mal que Proust ya ha muerto,
pues si llega a conocerla,
ni encuentra el tiempo perdido,
ni prueba la magdalena.


Laura Campmany