A José Luis Zapatero,
ustedes lo habrán notado –
se le ha puesto una mirada
de profeta iluminado
que me recuerda a un amigo,
y, por más señas, al pavo
que mi yaya compró vivo
en Alguazas o Espinardo,
y al que pusimos Onofre
y con el que nos tratamos
hasta que un día en el almuerzo
nos lo sirvieron de caldo.
Los ojos de Zapatero
quizá sean algo más claros,
pero tienen, en el fondo,
ese mismo brillo extraño,
ese no ver lo que pasa
lo que sucede a dos palmos
y ese tender la pupila
hacia horizontes lejanos.
O es que ha perdido el oremus,
o es que nos lo han hechizado.
…
Como las brujas no existen,
yo me temo que este pavo,
al verse de presidente
y al ir a jurar el cargo,
no acabando de creerse
lo que le estaba pasando,
entró en estado de shock
y le pidió a Pepe Blanco
que le diera unos pellizcos
por ver si estaba soñando,
y cuando al fin concluyó
que España estaba en sus manos,
se proclamó emperador,
eso sí, republicano,
e hizo su esposa a Agripina
y cónsul, a su caballo.
Desde entonces sólo tiene
una obsesión el muchacho,
que es conseguir que la ETA
renuncie al conflicto armado,
no porque sea poco serio
pegarle un tiro al contrario,
sino porque es más rentable,
y en España mola mazo,
el Estatut de diseño,
el tutti-frutti de Estados,
y el oye, todo es posible,
tú me llamas y lo hablamos.
No sé a qué tanta pistola,
con lo que cunde el diálogo.
…
Y ahora vamos a decirlo
a golpe de diccionario:
no es que el hombre no esté cuerdo
no es que el tipo esté chiflado,
lo que está es acontecido,
embebecido, engolfado,
poseído, confundido,
abducido, secuestrado,
crecido, ensoberbecido,
transido y estupefacto.
Y no sé si es ignorante,
y en su ignorancia, hace daño,
o, de los tres pistoleros
de aquel western legendario,
si no es el bueno ni el feo,
va a resultar que es el malo.