Romance de Rubalcaba

Romance de Rubalcaba

Rubalcaba, Rubalcaba,
halcón de la cetrería,
el día que tú naciste
andaba el PSOE de puntillas,
y es normal que así anduviese
porque a según qué tortillas
hay que echarles muchos huevos
y algunas patatas fritas.
Fue cascarlos el Felipe,
y fue el Alfonso freírlas,
y sumarte tú a la hermosa
merendola socialista.
Bien se ve que desde entonces
te has quedado en la familia,
pues cada vez que gobierna,
con una rosa, tu sigla,
alguien se acuerda de ti,
alguien te acerca una silla.
alguien te da un ministerio,
y ya es tan larga la lista,
que no sé cómo te acuerdas
de en qué mandas cada día.

Bien se conoce también
que fuiste doctor en químicas,
pues no hay quien pueda ganarte
en componendas y alquimias,
y no sé cómo te apañas
para estar en la cocina
más horas que el Arguiñano
sin oler luego a comida,
y sin que nadie se entere
de lo mucho y bien que guisas.
Eso a mi juicio merece
admiración, y hasta envidia,
pues algunos personajes
sólo los borda un artista.

Vas a dejarme, no obstante,
que humildemente te diga
que de todas las escenas
que ya te tengo yo vistas,
la que asombra por intensa,
la que impresiona por fina,
la que sin duda has clavado
y la mejor de tu vida,
es a mi juicio y con mucho,
la del perfecto humanista.
Cuando el pobre Zapatero,
siguiendo las directivas,
– según se supo más tarde –
de una banda terrorista,
sacó a De Juana del trullo
porque el hombre no comía,
hay que ver con qué expresión,
con qué mirada contrita,
con qué piedad en el gesto
y con qué rostro, decías
que si el citado insurrecto
a su tierra se volvía,
para que allí lo espumasen
con calditos y papillas,
no era por darle a la banda
lo que la banda exigía,
sino por simples razones
de elemental bonhomía.
Si no mereces un Óscar,
es porque se suponía
que lo que estabas diciendo
era verdad, no mentira.


Laura Campmany