En el presente romance
me he impuesto como deber
no nombrar a Zapatero
– mecachis, ya lo nombré –
por si acaso resultara
que la zeta con la pe
fuera una sigla perversa
de insospechado poder
capaz de hacer que un camello
se muera en Suiza de sed
y, si me atrevo a escribirla,
de escoñetarme el PC.
…
La gafancia es una fuerza
que ni se oye ni se ve,
pero cuando se desata
hace más ruido que un tren,
y cuando ya se prodiga
con abierta tozudez,
nadie que tenga dos ojos
puede dejarla de ver.
Algo tendrá de cenizo
el malvado Carabel
cuando las causas que alienta
y se empeña en defender
o bien se van al carajo,
o no se tienen de pie.
Los candidatos que apoya
apenas duran un mes,
y los que salen airosos
son los que no le caen bien.
Kerry no fue presidente,
Merkel en cambio lo fue,
la Royal, que iba en berlina,
yace en el suelo «touchée»,
y si Chávez aún resiste,
sólo Dios sabe por qué.
Todas las cosas que toca
se escachifollan también:
Constitución que refrenda
se nos convierte en papel
(y no les digo lo que hacen
los europueblos con él),
los estatutos que aprueba
van a parar al TC,
y las leyes que promulga
andan muy bajas de ley.
…
No se detiene el efecto
del huracán ZP
– mecachis, sin darme cuenta,
ya lo he nombrado otra vez –
en las cosas y personas
en las que pone su fe,
y ya ven que en primavera,
desde Santurce a Jerez,
se puso el cielo cenizo
y no paró de llover.
Si a eso le añaden ustedes
el descalabro culé,
los incendios, las riadas,
lo de su amigo Miguel,
y otros varios infortunios
que mejor les ahorraré,
quizás convengan conmigo
en que es gafe ZP.
(Vaya, otra vez lo he nombrado,
y con ésta ya van tres.
Si ha leído este romance,
¡que Dios se apiade de usted!).