Este romance, señores,
se lo voy a dedicar
al político más breve,
a la estrella más fugaz
que ha cruzado el firmamento
de la esfera electoral,
como una de esas Perseidas
que esta noche se verán.
El fenómeno que digo
– ustedes se acordarán –
pudo verse a ojo desnudo
y dio bastante que hablar,
aunque no hayamos podido
todavía averiguar
cómo puñetas se llama,
si Miguel o Sebastián.
Como vino de la nada
y a la nada fue a parar,
no es mucho lo que sabemos
de su trazado orbital:
que el Presidente es su amigo
parece un dato veraz.
Parejamente nos consta
que en nombre de esa amistad,
Zapatero, que se pasa
por el forro genital
a algunas Federaciones
y al partido en general,
nos lo dejó convertido
en alcalde potencial
nada más y nada menos
que de Madrid capital,
y le dijo que ahí estaban,
– digo yo que aún estarán –
El Retiro, Las Vistillas
y la Puerta de Alcalá.
…
No tardó ni dos minutos,
el cometa, en aceptar.
El hombre, como un meteoro,
echó su cuerpo a rodar
y lo mismo inauguraba
los tiestos de su portal,
que iba de túnel en túnel
con la esperanza cabal
de que alguno se inundara
y poderse retratar.
Pero lo más reseñable
de su campaña estelar
es la ocurrencia que tuvo
de acusar a su rival
– pero chico, ¿qué me dices?,
¿quién se lo iba a imaginar? –
de mantener relaciones
con fulanita de tal,
lo cual que en un dirigente
está realmente fatal.
Se ve que los madrileños
no supieron valorar
ni tamaña inteligencia,
ni tamaña integridad,
y le dieron la alcaldía
al Partido Popular,
dejando al probe Miguel
reducido a concejal.
No tardó ni dos minutos
en dimitir, Sebastián.
Como dijo Alfonso Guerra:
¿y de qué dimitirá?