Hoy tengo que confesarles
que a mí me gusta Caldera.
Tiene unos ojos tan dulces,
una boca tan pequeña,
un mentón tan perfilado
y una nariz tan perfecta,
que más que un simple ministro
parece una estatua griega.
Tiene además una forma
de decirnos lo que piensa
tan espontánea y graciosa,
tan complaciente y sincera,
que no debiera importarnos
que lo que dice no tenga
ni propósito ni base,
ni autoridad ni solvencia,
pues en la vida, señores,
la intención es lo que cuenta.
…
¿No estuvo acaso sembrado,
no dio muestras de grandeza,
cuando hace tiempo, a mediados
de los felices noventa,
declaró que del Archivo
de Salamanca, su tierra,
el que quisiera llevarse
un apéndice siquiera
iba el hombre a tener antes
que asistir a sus exequias?
Que luego rectificara,
que luego le parecieran
«opiniones estimables»
las pretensiones de Esquerra
sólo demuestra una cosa:
lo flexible que es Caldera.
…
Pero además de flexible,
nuestro ministro veleta
es un pozo de optimismo
y un abismo de inocencia.
¿Que ponen rumbo a Canarias
por millares, las pateras?
¿Que ya no damos abasto
a aliviar tanta miseria?
¿Que nos llegan inmigrantes
por mar, por aire y por tierra?
El titular de Trabajo
no ve dónde está el problema.
Se les hace un bocadillo
de chóped o mortadela,
y se les lleva de gratis
a Madrid, Murcia o Valencia,
y que se jodan y bailen
los gobiernos de derechas.
…
Es también tan generoso,
que ya ha anunciado al planeta
que esos euros que por hijo
Zapatero prometiera
para dejar un debate
convertido en una feria,
diga Solbes lo que diga,
no pasarán por Hacienda
y van a entregarse en mano
a todas las parturientas.
Ya veremos si esta vez
acierta nuestro profeta,
o es que en una de fregar
de nuevo cayó Caldera.