Romance del botellón

Romance del botellón

Parece ser que en España
tenemos un nuevo sport
que de puro apasionante,
está causando furor
entre los púberes patrios
– ya canéforos o no –,
y que en esencia consiste
en ingerir mucho alcohol,
a ser posible mezclado
para que dé subidón,
no en el recinto acotado
de una boda o comunión,
sino en toda circunstancia,
bajo la luna o el sol,
o, resumiendo, en la calle
que es como sabe mejor.
A esta nueva disciplina
del olimpismo español,
ya la llaman en el mundo
“great bottle” o “botellón”.

Son tan claras las ventajas
de esta ibérica afición,
que nadie puede negarlas,
y no lo voy a hacer yo.
Como se juega en equipo,
fomenta la asociación.
Los partidos se convocan
con un simple “pásalo”
y siempre tienes alguno,
y, en general, mogollón.
Por todo equipo, precisas
una botella de ron,
un vaso para mezclarlo
con naranja o con límón,
o, si no están tus finanzas
en su máximo esplendor,
unos azumbres de vino
baratero y peleón
con que hacerte un calimocho
para ir entrando en calor,
un hígado de repuesto,
un cerebro de gorrión,
y un sincero desapego
por la civilización.

Puede además practicarse,
el mentado botellón
en todas sus variedades
y grados de ofuscación,
que van del amateurismo
a la alta competición,
lo que al cabo te permite
fijar tú mismo el listón
y darte por satisfecho
con una curda menor,
no conformarte con menos
que un soberbio colocón
o aspirar al coma etílico,
que es el premio al campeón.
Y si acude la madera
a aguarte la diversión,
mejoras tu tiro al blanco,
pones a prueba tu voz,
le llamas facha al alcalde
y te quedas como Dios.
¿Qué importa no batir récords
en carrera o natación,
si no hay quien pueda igualarnos
en esto del botellón?


Laura Campmany