Romance de Pepe Blanco

Romance de Pepe Blanco

Ayer, durante el paseo
con que alfombro mis veranos,
caí en la cuenta, señores,
de que pasaba algo raro:
el Romancero ya daba
sus últimos aletazos
y aún le faltaba una pieza,
pero, ¿qué pieza, Dios Santo?
Y ocurrió súbitamente
que de un pino centenario
fue a desprenderse una piña
no menos gruesa que un mango
que aterrizó en mi cabeza
con tan feliz resultado,
que al cabo se hizo la luz
y al fin lo vi todo claro.
¡La pieza que me faltaba
se llamaba Pepe Blanco!

No me refiero al cantante
de cabello engominado
que le hizo un himno al sombrero
y una copla, a los garbanzos,
sino al hombre de principios
al político fajado,
al orador ingenioso
al polemista gallardo,
al analista sublime
(de acuerdo, con altibajos),
y a ese epígono moderno,
del Llanero Solitario
que en nombre de su partido
nos viene ha tiempo explicando
que Zapatero es perfeto
y lo correto es votarlo
porque el sujeto, en efeto,
todo lo arregla en el ato,
que Rajoy es un corruto
que no respeta los patos,
que la derecha es ayeta,
los populares, setarios,
y muchos otros concetos
entre concretos y astratos.

La verdad que no se entiende
como a un hombre tan sensato,
tan vario en sus argumentos,
tan en sí mismo ilustrado,
que si acabó el bachiller
fue por ponerlo en un marco,
tan cercano, pese a todo,
que en ese blog que ha colgado
en Internet, nos anima
a quererlo y admirarlo,
hay quien osa reprocharle
una boquita de nardo,
un cerebro de mosquito,
unos modales de barrio
y una línea de defensa
centrada en el adversario
que de tanto repetirse
empieza a ser un coñazo.
La Historia, mucho más justa
ya le tiene asegurado
un lugar entre los héroes
de dibujos animados,
donde ya se le conoce,
en honor a Carlo Magno,
y a su padre, que fue el Breve,
como Pepiño el Menguado.


Laura Campmany