Traiciones y sonrisas

Traiciones y sonrisas

A los traductores profesionales, entre los que me cuento, se nos acusa con frecuencia de traicionar los textos que traducimos, o sea, que conducimos a través de las lenguas. Somos como pastores de un rebaño que hubiera que trasladar por las cañadas del lenguaje de un aprisco a otro aprisco, y en ese camino sucede a veces que se nos pierde una oveja. ¡Qué le vamos a hacer! El problema es que no siempre es fácil descifrar los sentidos profundos de un idioma tan ancho como ajeno y, cuando falla el conocimiento o el tiempo apremia, interviene la fantasía. Ahí es donde saltan los mejores gazapos.

Como ése ya famoso que recogía don Valentín García Yebra en un libro dedicado a la teoría y práctica de mi noble oficio. Si no recuerdo mal, mencionaba el ilustre académico una traducción en la que podía leerse que la tripulación de un barco arrojaba tinta por la borda al llegar a puerto, por confusión entre «ancre» (ancla) y «encre» (tinta). No muy satisfecho con la frase que acababa de construir, el pobre traductor se había tomado la molestia, y la muy descarada libertad, de añadir una nota a pie de página aclarando que se trataba de una costumbre ancestral de los marineros holandeses. Hombre, siendo así, la cosa se explica. Confiaba el amigo, me parece, en nuestra previsible ignorancia sobre los hábitos de la marinería nórdica.

Tuvo igualmente su gracia, o más bien su desgracia, aquella metedura de pata de una agencia de prensa que informó del fallecimiento en un barco de cientos de turcos (“Turks”), cuando debería haber informado de la muerte de cientos de pavos (“turkeys”). En este caso, parece que el periodista, aquejado, quizás, de alergia a los diccionarios, optó por el «moco suena”, consiguiendo afligir a millones de ciudadanos a cuenta del infortunio de unas cuantas pechugas. Tampoco estuvo muy acertado el truchimán que, según me cuentan, tradujo “filet au poivre” por “filete del pobre”, o ése otro que, con indiscutible aliento poético, convirtió un “délit flagrant” en un “delito fragante”. Siempre me ha maravillado la belleza de algunos extravíos.

Si ya nos adentramos en el piélago de la traducción automática, de la que tanto se abusa hoy en día, las perlas son realmente innumerables. Por arte de la magia computacional, “nous avions…” se materializa en “nosotros los aviones…”, un “sales manager”, incluido en un original francés, se transforma con inesperada sinceridad en un “sucio jefe”, una “concrete proposal” se blinda en una “propuesta de hormigón”, “Mme Cresson” se nos queda en la muy poco solemne “señora Berro”, “to collect water” se troca en la extraña manía de “coleccionar agua”, el “oxygen to support life“ se sublima en un “oxígeno para soportar la vida” y la recomendación “turn out the computer before manual ejection» nos conmina a “apagar el ordenador antes de la eyaculación manual”.

Claro que los seres humanos no precisamos del concurso de las máquinas para enhebrar disparates. Para confundir, por ejemplo, como hizo un Consejero de Cultura, la cantata “Carmina Burana” con la célebre e inexistente cantante gallega “Carmiña Burana”, o poner a la venta un Land Rover “Froilander” (supongo que el anunciante quería decir “Freelander”, pero, puesto que era de Lugo, se dejó llevar por su devoción a San Froilán), o explicar en la radio que los gorilas de un zoo están separados del público por un foso “para que no puedan echar mano del elemento humano”. ¿Se estaría refiriendo el locutor a lo que me imagino? Ya ven ustedes lo prolífica que puede llegar a ser la lengua en necedades y traiciones. Ojalá fueran las otras, las de la vida, tan sencillas, livianas, triviales e inofensivas como las que he espigado para ustedes. Y no nos dejaran tan sin ganas de oponer al error una sonrisa.


Laura Campmany