Romance del adiós

Romance del adiós

Según avanza la noche, se nos acaba el verano, dejándonos un regusto a carbonilla en los labios. Se va trazando un reguero de bosques aniquilados, de acusaciones innobles, de políticos ignaros, y de Fuerzas que antes eran de todos o del Estado, y que si fueran comunes acaso dieran abasto para apagar los cien fuegos de sabe Dios qué pecados. Se va el verano y nos deja aeropuertos incendiarios, empleados que se toman la justicia por su mano – paralizando las pistas como escuadrones de asalto -, antesalas convertidas en campos de refugiados, empresas sin mando en plaza, turistas estupefactos (que a menos que San Alzheimer obre en ellos un milagro, ni nos perdonan el susto, ni vuelven a visitarnos), y ministras cadenciosas, más que de cuota, de cuajo, que con tal de no cansarse de las molestias del cargo, siempre le pitan penalti a los equipos contrarios.

Suele cursar el estío con horizontes muy claros, amores casi nacidos, amores casi enterrados, y un tiempo donde los besos son veinte veces más largos, y cuando el viento los mece huelen a flor de naranjo. Pero el que ya se termina vino ruidoso y malvado. Con las tramas de Marbella, pueden hacerse canastos. Galicia es pura ceniza, manda en La Habana “carallo” (y con la misa encargada, resucita Fidel Castro), ETA vuelve por sus fueros y el Islam monta a caballo. Este verano insolente viajó de sombras cargado, abrumado de cayucos, profuso de desembarcos, invadido de miseria, agusanado de tráficos, patético de impotencia y afligido de desmayos. Abrir las puertas del cielo, cuando el cielo es tan precario, no hace más grande ese cielo, sino el infierno más ancho. También llegó amenazante, casi, casi secuestrado, casi elevado a las nubes para estallar en pedazos, y muy de veras herido, muy de cadáveres harto, donde el fuego de la guerra tiene a los dioses alzados. También aquí las serpientes parece que despertaron, y ya tenemos razones (las del “tragas o te mato”) para entrar en el otoño escarmentados de pactos.

Arda en “buenhora” este agosto que los demonios sembraron. Yo lo despido con pena, pero también sin enfado, y le digo adiós a todo lo que se lleva y nos trajo con sus alas de gaviota y su pico de milano. Adiós, azules intensos, adiós, bosques calcinados, adiós, mañanitas frescas, adiós, angelitos blancos, adiós, hondas caracolas, adiós, oscuros naufragios, adiós, rayitos de luna, adiós, fingidos letargos, adiós, treguas mentirosas y espumosos garabatos. Adiós, Gordo Valenzuela, que te fuiste como el rayo a reunirte con tu amigo, al que llamabas hermano. Ya estarán vuestros ingenios departiendo sin descanso sobre esta España que quiso, pero no pudo enfrentaros. Seguro que ya te tiene, el Campmany, preparados una timba de chamelo, varias docenas de habanos, tu whisky añejo de Malta y un Edén de tu tamaño. Sonará tu carcajada, como un agua en pleno salto, en la incesante memoria de aquéllos que te adoramos. Yo jamás olvidaré que una tarde, en Espinardo, ya estaba mi padre muerto, y aún me estrechaba en tus brazos.

Adiós a cada palabra que estrangulo cuando callo, y a los profundos silencios que pude haber disfrutado. Adiós a todas las cosas que existieron y cesaron, piezas rotas o perdidas del puzzle de mi pasado. Y a las palmeras erguidas, y a los pinos centenarios, y a las arenas ardientes, y a los ocasos dorados, y a los aires cristalinos con su perfume de nardo, y a esta piel libre y sedienta de caricias y arrebatos. Adiós, Ibiza, tan bella, tan hecha para lo vario, tan envidiosa de nada y tan pródiga de tanto, donde fiel a mi solsticio me desplazo año tras año para cantarle a la vida, en lo bueno y en lo malo, abastecerme de sueños y despedir el verano.


Laura Campmany