Seguramente conocerán ustedes el famoso poema de Rudyard Kipling titulado “Si” (“If”, en versión original). Se lo oí mencionar a Adolfo Suárez “junior” en una entrevista que le hicieron hace tiempo en televisión con motivo de la enfermedad de su padre, creo que refiriéndose a la dignidad. Explicó él, si mal no recuerdo, que esa pequeña composición literaria pertenecía al universo de las cosas que habían marcado su vida, y me parece que añadió que venía a resumir el legado espiritual que Adolfo Suárez “senior” – quizás el mejor presidente que hayamos tenido, aunque sea tan fácil decirlo ahora – le había transmitido. A él y a todos los que no queríamos ser hijos de la ira. Es curioso: a mí el poemita no deja de rondarme la cabeza estos días.
No sabría decirles por qué. Quizás porque acabamos de asistir a un debate sobre el estado de la nación en el que se ha debatido cualquier cosa menos el estado de la nación. Quiero decir la de todos. Quizás porque la ETA sigue envidando a grande y a chica, y apuntándose tantos de farol, sin que nadie le corte la baraja, que presumo trucada. O porque conozco a un par de personas buenas y humildes a quienes los ratones filatélicos se les han comido la despensa. Esperaban dialogar con el futuro y ahora discuten con la miseria. O quizás porque allá en el Asia los terremotos no se apiadan de los niños, y los volcanes amenazan con llevárselos, como los ogros, en sacos muy oscuros. O porque los cayucos que llegan de África son ya la crónica de una catástrofe anunciada, en la que unos naufragan antes y otros naufragaremos después, y díganme ustedes si se les ocurre algún remedio para tanta desesperación y tanta impotencia.
O quizás porque seguimos hablando de un Estatuto supuestamente liberador (¿de qué o de quiénes?) que ya aburre a los olmos. O porque oigo a la gente charlar por la calle, o en las terrazas, o en las colas del mercado, y juraría que a nadie le importa ya nada que no sea su propio corral. O porque he escuchado la canción del verano y encuentro que estamos un poco agrestes. Será por eso que el poema de Kipling se me ha instalado ahora entre ceja y ceja. Lo tengo traducido por mi mano, en versión que ustedes juzgarán, y no sé por qué me están entrando unas ganas tremendas de recitarlo.
“Si puedes mantener serena la cabeza cuando todos la pierdan y te culpen a ti. Si aunque nadie en ti crea, te basta tu certeza, pero dejando un margen para la duda en sí. Si puedes esperar y no desesperarte, y, por más que te mientan, no mentir a tu vez. Si puedes ser odiado y no odiar por tu parte, y no mostrar, con todo, ni orgullo, ni altivez. Si sueñas, y los sueños no te marcan el paso. Si piensas, y la idea no es tu meta final. Si puedes aceptar el Triunfo y el Fracaso, y a esos dos impostores tratarlos por igual. Si puedes soportar que aquello que afirmaste sirva, manipulado, a una oscura ambición. O ver roto el proyecto a que tu alma entregaste, y volver a erigirlo con el mismo tesón. Si puedes, cuanto fuiste cosechando en la vida, jugártelo a esa carta que te asignó el azar. Y perder, y volver al punto de partida, sin que nadie te escuche siquiera protestar. Y si es tu corazón tan valiente, que puede, cuando ya estés sin fuerzas, hacerte resistir. E impedir que claudiques cuando nada te quede, salvo la Voluntad que te empuja a seguir. Si para hablarle al pueblo no bajas un peldaño, ni, para hablar con reyes, pierdes tu sensatez. Si ni el amor ni el odio pueden hacerte daño, y ni a pocos complaces, ni a todos a la vez. Si puedes rellenar el minuto vacío con sesenta segundos que no olvides jamás, tuyos serán los frutos de la Tierra, hijo mío, y tú serás un Hombre: no se puede ser más”. A mi este poema se me había quedado antiguo, un poco obvio y de pluma estilográfica. Y ya ven. Con tinta azul lo suscribo, huyendo del libro de la selva.