Autor: Laura Campmany

Un año sin Campmany


COMO si la existencia fuera espuma, hoy se cumple el primer aniversario de la muerte de un hombre de principios, de la muerte de un hombre con redaños. De uno de los más grandes periodistas, de un poeta vestido de diario. Campmany se llamaba, ya lo saben. Ya sé que no es tan fácil olvidarlo.

La tramontana


La tramontana, ese viento seco que baja del Norte y amarra los buques, congela los ánimos, limpia el cielo de nubes y hasta sabe arrancarle a algún órgano el milagro de la música; ese viento que arrastra las flores como la sombra de un águila majestuosa que tardara mucho y nada en pasar; que siembra

Los humos


Como a todos los que aún fumamos, me gustaría dejar de hacerlo, pero con dignidad, por decisión propia y poniendo yo el cuándo. Me gustaría, en realidad, no haber empezado nunca, y que mi vida hubiera transcurrido por todos los senderos de la pasión, la incertidumbre, el amor y el desconsuelo sin la compañía de

Ibiza


La primera vez que volé a esta isla perezosa y ardiente estuve a punto de tomar tierra en el mar, que no es manera de hacerlo. Cuando ya se divisaba el aeropuerto desde las ventanillas del chárter, el comandante comunicó a los pasajeros que la señal luminosa del tren de aterrizaje no se encendía. Nada

Las mentiras


He dicho unas cuantas mentiras en mi vida, ¡qué le vamos a hacer! Y de algunas he salido bien parada. Pocas personas me aventajan en el arte de inventar excusas para, por ejemplo, ahorrarme las alquimias de una fiesta indigesta, o disfrazar mi flagrante desmemoria de comprensible circunstancia. Como nunca reconozco a nadie ni me

El verano


Amo el verano porque no siembra esfuerzos ni esperanzas. Porque llega un buen día, sin anunciarse, y se instala en el cielo como una pincelada azul y transparente, y estremece las uñas de las flores, y se come los vientos, y se recuesta en la arena como un pan de oro, y te pone un

Europa


A Europa, esa vieja alcahueta, le sobran latines para saber quedarse muda cuando le conviene. Y si no fuera porque las comparaciones son odiosas, diría que se merece más espumas y milagros que la Venus de Botticcelli o la Beatriz del Dante, siquiera porque a la una le saca varias conchas, y a la otra,