En Fuenlabrada, como saben, a la mitad de los monigotes de los semáforos van a ponerles coleta y falda. Para significar, me imagino, que las mujeres también parpadeamos, nos encendemos, cambiamos de color o de camisa, avanzamos, nos detenemos, tomamos una postura, nos amoldamos a nuestro tiempo, marcamos el paso, nos rompemos, intentamos llegar a alguna parte y hasta, de vez en cuando, nos cruzamos de acera. Con tan buena intención, sólo el medio me deja estupefacta.
No digo yo que estas diferenciaciones de género no sean necesarias en algunos ámbitos. Como, por ejemplo, en un aseo público, vulgo urinario. Ese lugar que, como decía Ernesto Sábato, tiene de curioso que es el único donde se habla de Damas y Caballeros precisamente cuando los tales, invariablemente, dejan de serlo. O en los antiguos corrales de comedias, donde se separaba al público por sexos. O en las cárceles actuales, que unas son de hombres y otras de mujeres, aunque maldita la falta que les hace una señal de tráfico a los reclusos. Añádanle ustedes “y reclusas”, que a mí me da muchísima pereza.
La muñequita, con todo, tiene su encanto. Yo la encuentro más airosa que su colega masculino (o neutro). Que ya sea de alguna utilidad, eso queda por ver. Pero para algo elegimos a nuestros concejales. Para que inventen ellos. Para que nos solucionen hasta el más inexistente de nuestros problemas. Sólo espero que esta revolución de los semáforos, tan moderna y profunda, no vaya a incrementar los accidentes: cuando a cuenta de algún desaprensivo la niña de cristal se ponga roja, y una racha de mundo le levante la falda.