La neurona

La neurona

Dice el ministro Bermejo que a él aún le quedan neuronas para entender que Ibarretxe no va a acabar en chirona, ni a sentarse en el banquillo sólo por irse de copas, o de pinchos y chiquitos, con esos buenos patriotas que por amor a su tierra – entre razones muy otras – no han tenido más remedio que poner algunas bombas, extorsionar a empresarios y secuestrar a algún nota, amenazar al que calla y asesinar al que estorba, y no sentarse a una mesa sin una buena pistola.

No debiera sorprendernos que el ministro de esa broma que algunos llaman justicia por lo bien que se acomoda sepa con todo detalle y de antemano conozca la decisión de los jueces, que al fin será la que toca, pues en España el que manda pocas veces se equivoca. Aunque debo confesarles que a mí mis pobres neuronas – no sé contarlas e ignoro si serán muchas o pocas – lo que me dicen a voces y hasta en susurros me soplan es que no es tal la justicia que distingue entre personas, que por un mismo delito te condena o te perdona según el cargo que ocupes y el tamaño de tu sombra, que no se atreve a enfrentarse a quien la burla o ignora – y aun la acusa de rebelde o la tacha de intentona –, y que a los ojos de aquéllos que la aceptan como norma se enflaquece, se empobrece, se envilece y desmorona.

Yo no sé si don Mariano, en materia de neuronas, andará escaso u holgado, si son agudas o romas, pero pienso que con una que razonara las cosas, que le insuflara prudencia y le acolchara la boca, ya tendría lo que basta para vestirse la toga, gobernar su ministerio y hasta rimar una estrofa. Pero se ve que entre tantas se le perdió esa neurona, que con ser la más humilde, es la que vale por todas.
Laura Campmany