A mi padre lo han designado “autore favorito” entre los finalistas del premio de periodismo “Giuseppe Mugnai”. El fallo y la entrega tendrán lugar mañana en Belgirate. El Lago no será una bandeja de oro, como cuando él lo contemplaba. Las aguas del Ticino bajarán revueltas y otoñales. Los macizos de hortensias, ya perdido el color, tendrán todas las alas como rotas, y en el parque los árboles perennes proyectarán su sombra innecesaria. Las cosas son inciertas cuando te faltan ojos.
Por si lloviera el premio transalpino, allí estaremos toda la familia. Y si hay que recogerlo, lo haremos con orgullo y con tristeza. El Duccio y la Giuliana nos estarán esperando en la puerta del hotel donde pasó mi padre los últimos veranos de su vida. La mesa en que comamos será su antigua mesa. Quizás pidamos luego un “limoncello”. Y por la tarde, cuando el sol decline, es posible que lleguen hasta el cielo las palabras que diga Pietro Prini en memoria y elogio de un Campmany distinto. De un Campmany estival y jubiloso que a menudo soñaba en italiano.
Tras el acto, lo clásico de un cóctel. Habrá toda una rosa de poetas, herméticos o claros. Habrá gentes venidas de Milán o de Roma. Algún representante de la “stampa”. Notables, conocidos, lugareños… Al principio, mi madre estará muda, y luego emocionada y elocuente. Con un poco de magia, quizás nos encontremos a Gennaro Occhipinti con sus Ciencias Ocultas. Debemos suponerle largamente enterado de lo que le pasó a su buen amigo. Y entre besos y copas lloraremos, con un llanto que espume los recuerdos y sepa a tierra dulce como un “Lacrima Christi”.