Ya anda Murcia, mi tierra, metida en ascuas y pascuas, y en esta conjunción de terracotas y azules pinceladas, se escuchan por la calle los tambores, verdes como limones principiantes, lustrosos como antiguos pergaminos, tersos como un pimiento colorado, negros como la tez del terciopelo, morados como el alba de los siglos, tristes como un ejército nevado, serios como la punta de una espada, tan hondos como elásticos embudos, discursivos, tenaces, cadenciosos, fieros como pequeños huracanes.
Ya tiene Murcia un pálpito en las sienes. Carga sobre su espalda un cosquilleo de claveles que van del rojo al blanco. Me gustan los hermosos disparates. Cultivo la pasión que se sublima. Con los dedos ungidos, busco un teclado querty donde ponerle letra a toda esta alharaca, y decirle a mis luces, taquígrafos, notarios, que yo sólo madrugo para viajar a Oriente, o para traducir el canto de los cucos, o para derramar las lágrimas más pías, o para no faltar al trabajo más propio, o para hacerme Viernes, en Murcia, tan temprano.
Mi Murcia recorrida, mi Murcia nazarena. Mi Murcia con su aroma a cabello de ángel. La calle del taller donde cosió mi abuela, la calle de la casa donde nació mi padre, ese portal del bloque donde vivió mi yaya, la Plaza de las Flores, Jesús, la Platería, el Gordo Valenzuela, Delfina, Dios, Bonache, balcones con banderas, el Drexco, la GranVía, mi cetro, la Caída, las sombras de la tarde… Lo dulce, lo soñado, lo amado, lo temido. Cuatro apellidos claros, uno por cada esquina. Dos sangres, la verdad y el cementerio. La eternidad, el tiempo almidonado, y este no saber nunca si has pisado donde la vida empieza o se termina.