Se ha muerto José Luis Coll, que era la otra mitad de la historia de un vaso. Primero se nos fue Tip, ese lúcido loco de derechas que a los señores con bigote los llamaba «buena mujer» y a mí, cuando tuve la suerte de conocerle, me felicitó por estar ya hecha un hombre. Y ahora se nos va Coll, ese cuerdo venático de izquierdas que convertía en cuentos las palabras con tan solo una letra de cambio («bacilar: no saber con qué bacilo quedarse»), y luego le dedicaba su diccionario a Don Juan Carlos, primero, y a Doña Sofía, después.
Coll era de esos cómicos que nunca se ríen de nada, y menos de sus propias gracias. Era un conquense tan grave, que casi se le notaba el acento. Cuando Tip le espetaba el mayor disparate, él ponía mucha cara de eso sí que lo entiendo, y siempre con su gesto de mirar hacia arriba, como quien no se cansa de terminar las íes, añadía su punto inolvidable. Le gustaba parodiarse a sí mismo, y yo siempre le he visto perfecto en su estatura, lo mismo interpretando al hombre más rico de la provincia que jugando a una banda en La Moncloa.
Aún me parece verlo en el famoso «sketch» en que nos enseñaba, con traducción simultánea, a llenar un vaso de agua. Ya saben, aquello de «cogemos, cojons.» Aquel vaso, que Coll sostenía invertido, o colocaba encima de la jarra, o por debajo pero en distinta vertical, no terminaba nunca de llenarse. Tampoco terminaban, los dos mejores cómicos de una España y un siglo, de hablarnos del gobierno. Quizás no hiciera falta. Ahora el vaso está lleno y la escena muy turbia. Como sin Tip y Coll. Como si no pudieran ya darse la manita. Observen la tontería. «Regardez la gilipolluá».