Se va usted, don Juan José Ibarretxe, y uno se pregunta si de verdad y adónde, si a la paz o a la guerra, y con qué pie andará usted su camino, si el de siempre o cambiado, y en qué clase de tierra, si abertzale por suya o si vasca por vasca, y con qué juramento, si ante un mito o un hombre, y con qué reciedumbre o amargura, y con qué servidumbre, si a un rencor o a una causa, y con qué remembranzas y qué planes, y con qué fortaleza o cobardía, y ante qué Dios, soberbio o bondadoso, se seguirá humillando.
Deja usted, don Juan José Ibarretxe, un país vasco a la brasa. Un país vasco cansado de impunes exterminios y enérgicas repulsas, de muertos levantados como copas de vino, de chusma atrincherada en la oscura salmodia de cuatro mandamientos, la muralla de un odio alambicado, el acre olor a pólvora marchita, la falsificación de una nostalgia. Deja usted un pasado sin compuertas, un ara cuyo fuego se alimenta de azufre, un pan no repartido, un buque a la deriva, una manzana inútil y confusa como la de un Edén deshabitado.
Le deseo a Patxi López suerte, acierto y futuro. Hay mucho que sembrar y la “makila” pesa. Tendrá que abrir un pueblo de ventanas, disipar espejismos, reinventar la materia. Tendrá que devolver a mucha gente la dignidad, y a algunos, la cordura. Será un aurresku lento, difícil, prodigioso, pero terriblemente necesario, al que habrá que ponerle un guardaespaldas. En cuanto a usted, don Juan José Ibarretxe, “agur” y deje paso a un nuevo tiempo. El de usted, el del árbol y las nueces, ojalá nos lo hubiéramos ahorrado.