Como en España no tenemos problemas; como, para definir la situación de nuestra economía, «crisis» es una palabra crispante, a la que habría que responder con la famosa pregunta de Supertramp; como saltan a la vista la excelencia de nuestra enseñanza, la eficacia de nuestra justicia, la buena salud de nuestro sistema sanitario, la «sostenibilidad» de nuestro desarrollo y la armonía de nuestra convivencia, nuestros sublimes gobernantes se han fijado como prioridades para esta legislatura la ampliación del aborto y la regulación de la eutanasia. ¡Angelitos!
Siempre he creído que uno de los rasgos fundamentales de la inteligencia es la capacidad de establecer correctamente las prioridades. O, dicho a la inversa, que si hay algo que delata a un tonto de solemnidad es equivocar el orden de las cosas: en el famoso lema del cinismo romano, primero estaba el pan y luego el circo. Me pregunto qué piensan las muchachas sin casa y sin trabajo, con mil euros por toda perspectiva, de que en esa existencia a la deriva sólo brille, en el cielo, su curioso derecho a hacer abortos.
Otra harina distinta es la eutanasia. Morir con dignidad parece un justo anhelo. Pero es que, salvo en casos más bien excepcionales, eso es exactamente lo que, cuando se acaba la esperanza, te ayudan a lograr los hospitales. Otra cosa es la muerte programada, la autoaniquilación o el suicidio asistidos: eso tiene de malo que convierte a cualquier anestesista en un dios terrenal de tres al cuarto, y en un simple cordero a cualquiera que no ame su vida lo bastante, o que ya no se acuerde de por qué o para quién la necesita. Entonces, simplemente, llega un señor con bata y te la quita.