Romance del euro

Romance del euro

Dice Solbes – y es posible que esté el ministro en lo cierto – que no tenemos ni «flowers» de lo que valen los euros. Y que si antes cien pesetas eran dignas de respeto, ahora apenas valoramos lo que casi son doscientos, y por un chato de vino, unos taquitos de queso y una rodaja de lomo con su pan y su pimiento, le dejamos de propina al pasmado camarero lo que antaño nos costaba el refrigerio completo. La culpa de que no lleguen a fin de mes los batuecos no la ha tenido ni tiene la tendencia al redondeo, ni la escasez de viviendas, ni el Euribor traicionero, ni las especulaciones, ni las subidas de precios, ni el incremento del paro, ni los ridículos sueldos, ni que siga incontrolada la llegada de extranjeros, ni las tasas desmedidas, ni los gravosos impuestos, ni los muchos despilfarros de nuestro alegre gobierno, y mucho menos que nadie la zeta de Zapatero.
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Como muy bien dice Solbes, lo que pasa es que no vemos que un euro da para mucho si te lo tomas en serio. Tampoco nos damos cuenta – según advierte otro genio – de lo que puede uno ahorrarse con un poco de cerebro. ¿Que llegan las Navidades y cuesta un pico el cordero, la gamba está por las nubes y el pavo vive en el cielo? Pues las guindas de ese pavo se las echa a un conejo. En lugar de a langostinos, puedes hincharte a cangrejos, y si el champán se te sale del ya magro presupuesto, te tomas un calimocho y te pones tan contento. Aunque tomo buena nota de los sensatos consejos que nos dan nuestros ministros y otros públicos sujetos, lo que no me queda claro – si es tan sencillo el remedio, que está en la mano de todos y hasta al alcance de un ciego – es para qué les pagamos, y para qué sirven ellos.
Laura Campmany