Si yo fuera Académica de la Lengua, propondría que en la entrada “desbarajuste” se incluyera, como primera acepción, el siguiente significado: “efecto Barajas. Proceso por el cual, a imagen del ya tristemente famoso aeropuerto de Madrid, cualquier estructura o infraestructura que pueda funcionar mal, funcionará peor o, simplemente, no funcionará en absoluto”. Admito variantes. Ignoro si la definición sobreviviría al paso del tiempo, pero estoy segura de que el actual españolito de a pie se haría una idea muy precisa del fenómeno en cuestión.
En consonancia con esta nueva acepción de “desbarajuste”, podría crearse asimismo el verbo “desbarajar”, como posible alternativa del vulgar circunloquio “hacer que todo se vaya al carajo”, o del término vernáculo-coloquial “descarallar”, menos castizo y carente, a mi juicio, de las vívidas y cercanas asociaciones que en cambio generaría nuestro flamante neologismo. Miren ustedes a su alrededor y no hallarán cosa que no se haya “desbarajado” o esté a punto de hacerlo: por ahorrarles algo en tiempos de crisis, les ahorro los ejemplos.
Les confieso, de paso, que no tengo ni idea de cómo voy a acabar este artículo. Se ve que me pasa como a la ministra de Fomento, que pienso más rápidamente de lo que hablo y, aunque ya tenía previsto un final, en lo que he tardado en llegar hasta él ha cambiado de forma y de camino. Creo que ya me veía en un mundo ajustado, con la economía reactivada, el paro reabsorbido y la justicia en marcha. Me gustaría saber cómo lo hemos logrado. Por más que Zapatero me lo explica, oigo muchas palabras, pero no entiendo nada. También tendremos que ponerle un nombre a esto del pensamiento acelerado.