A las diez en casa

A las diez en casa

A estas horas, me imagino que estarán ustedes tan sorprendidos – o escandalizados – como yo por la pena impuesta a los jóvenes alborotadores de Pozuelo, esos niños bien que, para no serlo tanto, se dedican a comportarse mal. Angelitos. Como castigo a sus etílicas travesuras van a tener que recogerse pronto los fines de semana durante la friolera de tres meses. Ni discoteca, ni botellón, ni desahogos pirotécnicos, ni asaltos a comisarías. El juez ha sido inflexible: a las diez en casa.

Pensarán ustedes, como los abogados de estos entrañables gamberros – o gambas que tiran piedras, según el chiste del verano –, que la condena es desproporcionada. Consuela saber que les podía haber caído alguna peor, como prestar servicios sociales o costear de su propio bolsillo – valga el de sus liberales progenitores – todos los daños causados a bienes y personas. Pero de una justicia como la nuestra, afortunadamente, no cabía esperar semejante crueldad. Así es que los pagaremos entre todos con alegre espíritu solidario, como si fuera otra crisis de Zapatero.

Con todo, cuesta imaginar cómo van a poder soportar los muchachos la intolerable frustración que supone renunciar a doce «findes» seguidos de juerga y desparrame. Se me ocurre que tendrán que meterse en Second Life y montarse el sarao por lo virtual, o consolarse rompiendo algún mueble de su propia casa, o simplemente ahuyentar el hastío leyéndose un libro, ese objeto de todos los milenios. Será una dura prueba de la que no sabemos si saldrán indemnes. Pero en fin, que les sirva de escarmiento.


Laura Campmany