Por fin he visto en la tele los vídeos electorales del Pesoe y del Pepé, los dos partidos rivales, y el de esa Izquierda que dicen que lidera Llamazares y que tiene de curiosa que al menos no es la abertzale. Le pasa, al vídeo lustroso del partido gobernante lo que a esos filmes profundos, más de ensayo que de arte, que allá por mis años mozos tuve a veces que tragarme en que la fotografía era el tema y el mensaje. La verdad es que Zapatero, maquilladito y con traje, y creyéndose las bolas de su publirreportaje, gana tanto, que no dudo que los suyos se las traguen.
Sobre el vídeo del PP poco puedo comentarles porque aún no he conseguido que su argumento me atrape, y casi estoy por decirles que fue verlo y acostarme. Recuerdo al fondo un florero, en la esquina un personaje, grupos de hombres y mujeres hablando sin escucharse con Rajoy como en el centro mirando a todos y a nadie, y todos muy aburridos como queriendo marcharse, o como si la verbena estuviera en otra parte. Confianza sí que inspiran en que no harán disparates. Lo malo no es el discurso. Lo que falla es el lenguaje.
Pero la guinda, señores, es esa especie de tráiler de película de miedo, o de Torrente en su calle, en el que un sujeto astroso que no para de rascarse, y de sobarse la tripa, y de ensayar mil visajes – mientras por la zapatilla el dedo gordo le sale -, cambia ufano de emisora hasta dar con Llamazares soltando por esa boca las más obvias obviedades. Y es que no es justo, señores, que un hombre quiera afeitarse o comprarse unas pantuflas y se lo impida su alcalde. Lo admito: si dependiera de estas tres publicidades, yo el próximo veintisiete no votaba ni a mi madre.