A Mariano Rajoy lo están poniendo algunos pesos pesados de su partido de chupa de dómine, y hasta directamente contra las cuerdas. No sé qué le reprochan. Quizás que no sea Aznar, pero a Aznar lo tenían vivito y coleando, y ya ven que se fue, aunque sólo un poquito. O mandas o no mandas. Y a menos que se sea como ese loro japonés que ha conseguido ser devuelto a su amo gracias a repetir el domicilio, el que manda decide tanto como se expone. Y si a algo está obligado, es a decidir mucho y responder de todo, fiar en quien le ofrezca confianza y administrar sus magros o abundantes recursos no sé si bien o mal, pero a su modo.
Al señor Rajoy se le ha reprochado durante años que dirigiese el PP con un equipo heredado, que no tuviese agallas para zanjar disputas y querellas internas, y diera la impresión de asumir su papel sin convicción alguna, como el que, más que hacerlo, lo está representando. Ignoro si el camino que por fin ha tomado le llevará muy lejos, al centro del partido, y a la larga, quizás, a la victoria, o al borde de un absurdo precipicio. Pero cualquier destino es preferible al de ser un guiñol manipulado.
Ahora que al fin es él, ellas también son ellas. Me refiero a las voces discrepantes. Tienen todo el derecho a expresar su profundo desacuerdo, por más que de esencial tenga sólo un perfume a palo santo. Pero quizás ustedes se pregunten cuál es aquí el conflicto, y qué hay detrás de tan ruidosa trama. Por Dios, que salga el coro a dar la nota. Que el que tenga dos ases, los ponga de una vez sobre la mesa. El patio necesita un desenlace. Eso que hace que un mísero espectáculo adquiera, tan siquiera, la dignidad de un drama.