Foxá

Foxá

En esta España gótica que estamos construyendo, o permitiendo que nos construyan casi de incógnito, puede homenajearse a cualquiera. Lo mismo a un alcohólico anónimo que a un etarra conocido, y desde luego a cualquier personaje pasado o presente que comulgue de forma confesa con el ideario zapateresco, esa rueda de molino, o rodillo, o estaca siniestra. Pero hay excepciones,  y “por respeto a la memoria histórica”, que tiene sus lapsus, no puede homenajearse a Agustín de Foxá. Favor que le hacen.

El Ayuntamiento de Sevilla ha cancelado un homenaje al escritor madrileño alegando que podría haberse convertido en una apología del franquismo. Pero hombre, qué mejor reivindicación de la intransigencia que un acto de censura. En el antiguo régimen, era imposible celebrar a los escritores que habían puesto su arte al servicio del bando republicano, como Alberti, Miguel Hernández y tantos otros, porque su ideología – manda huevos – contaminaba su obra. Que ahora ocurra exactamente lo contrario debiera regocijarnos.

Agustín de Foxá fue un hombre culto, ingenioso y sensible. En ese mundo de cerezas raras en el que le tocó vivir, se alineó con una de las dos Españas, como todo hijo de vecino. Al parecer, no estaba dispuesto a morir por la democracia, ni por el sistema métrico decimal, y cómo no iba a ser de derechas, si era conde, estaba gordo y fumaba puros. Y fue todo lo claro. Quizás también lo oscuro. Suele ocurrir en tiempos de estraperlo. Y sí, fue falangista. Y también un poeta emocionante. Qué suerte que nos lo hayan censurado, porque así volveremos a leerlo.


Laura Campmany