La señora de Valladolid

La señora de Valladolid

Estuvo poco afortunada, creo yo, esa señora de Valladolid que la otra noche, en televisión, le dijo muy ufana al señor Carod-Rovira que no tenía el menor interés en aprender catalán. Por obvia y comprensible, la aclaración sobraba. Uno puede muy bien no tener tiempo, o capacidad, o ganas, o simplemente edad para emprender el estudio – siempre difícil – de una segunda lengua que no le es necesaria, pero no veo en el hecho un motivo de orgullo o un pie para el desaire. No hay nada positivo en ninguna ignorancia.

La reacción, sin embargo, me parece excesiva. No es injusto, ni raro, que una señora de Valladolid no sepa hablar vascuence, gallego o catalán, por más que éstas sean lenguas cooficiales de algunos territorios de su Estado. Y si le habló a Carod en algo que él entiende, es porque el castellano es la lengua de todos. La «puente» o vehicular, como ahora se las llama. La que hace que un gallego hospede a un sevillano. La que es fandango en Cádiz o verso en Rosalía, la que se pone maja en Zaragoza, o rescata a Machado en Cataluña, o suena a prosa brava de Santurce a Bilbao.

En el fondo, la señora de Valladolid sonreía con razón. Porque, mientras el señor Carod sea, por catalán, un político español, tendrá que soportar que los ciudadanos españoles – ese todo que en parte representa – se dirijan a él en el común idioma, y no sepan llamarle en su lengua vernácula. Y si en cambio llegara a cumplirse su sueño, si algún día Cataluña se nos sale del mapa, seguirá esa señora en lo suyo y lo cierto. Pues qué pintará entonces un tal Carod-Rovira en nuestras inquietudes y pantallas. Claro que es muy probable que ese día tampoco en Cataluña pinte nada.
Laura Campmany