Yo no sé lo que reclaman, ni entiendo de qué se quejan los 30.000 aspirantes a profesor de autoescuela, ni por qué dicen que han sido un poco raras las pruebas, y que aquí hay gato encerrado y preguntas que no cuelan. Yo les he echado un vistazo y no he encontrado una de ellas que me parezca capciosa, o cuya fácil respuesta no debieran tener todos en la punta de la lengua. Díganme si no es palmario, o de cajón de madera, que el que a tal oficio aspire se ha de saber sin chuleta a cuánta leche circulan por las calles las calesas, pues, como salta a la vista, las hispanas carreteras, de ese medio de transporte, más que rebosan, revientan.
Otra pregunta del test reviste igual pertinencia, pues los efectos del tripi – cuánto duran, cuándo cesan – son un factor importante en el momento, ad esempia, de decidir si te metes una pastilla o quinientas antes de dar una clase y, mientras dura la fiesta, indicarle a algún alumno, si consigues que te entienda, que llegue hasta el Amazonas, luego gire a la derecha y coja allí la autopista que se sale del planeta. Cuanto menos dure el cuelgue, menos colgado te estrellas.
Otras preguntas, es cierto, son un poco pejigueras y precisan, por lo menos, tener un par de carreras, un master en medicina y varias vidas a cuestas, pero admitamos, con todo, que un conductor de solvencia ha de saber lo que gasta una berlina moderna cuando por prisa o despiste – o de nuevo por la ingesta de la citada pastilla, que es bastante traicionera – a la salida del túnel te dejas las luces puestas. Ya que a rico o a ministro llega en España cualquiera, que al menos no sea tan fácil, y alguna ciencia requiera, poder ganarse la vida de profesor de autoescuela.