España

España

España es más nación que territorio. Si estudiaron ustedes el bachiller antiguo, recordarán sin duda – no siempre la memoria sirve a una mala causa – con qué otros países linda y qué mares la azotan. Tiene una caprichosa orografía, distintas latitudes en su mapa, diferentes especies de cultivos, climas que van pasando, como libros en rollo, de lo subtropical a lo oceánico, al sur una frontera abierta al mundo, y al norte una barrera de montañas. Nos han cruzado todos los vientos de la Historia. Somos lo que perdura tras siglos de contiendas y alianzas.

Tenemos, para no desmenuzarnos, para ser algo más que un racimo de tribus, un nombre muy lejano de provincia romana, ese latín común que floreció en dialectos, el que ofició de lengua simultánea, un trasvase de nombres que aligera apellidos, una sangre mestiza, insoluble, trenzada, un orgullo tan hondo que parece sumiso, un himno al que por fin van a ponerle letra, una bandera clueca, con todos sus escudos, una al fin conquistada democracia, un Rey que la protege y garantiza, y un futuro tan claro o tan sombrío como a nuestros políticos les plazca.

Al señor Ibarretxe, que encuentra razonable preguntar a los vascos si desean que sus prados formen parte de España, habría que recordarle, amén de algunas leyes a las que debe el puesto, que esa pica no existe en la baraja. Aquí usted, como todos, disfruta de derechos que son inalienables, y está sujeto a normas que son ineludibles. Los unos sin las otras fomentan el delirio. Juega usted, lendakari, con triunfos que entre todos pusimos en sus manos, y con nueces que saben muy amargas. Y a este paso tendrá, tarde o temprano, que optar por la capucha o la corbata.
Laura Campmany