«Monsieur le professeur»

«Monsieur le professeur»

Por París pasan siempre las últimas ideas, aunque sean tan antiguas como una pirámide. Soplan vientos de cambio. Ahora pasa Sarkozy apenas florecido, ya casi bautizado presidente, como una catarata camino del Elíseo. Dice que va a devolver a los franceses, inventores del Tour y las etapas, el gusto por el duro pedaleo, esa buena costumbre de enfrentarse a la vida como quien se abre paso en la montaña, y el esfuerzo, y el orden, y el trabajo. También ha prometido llevar la disciplina a los liceos. Otra conquista que envidiarle a Francia.

A poco que Sarkozy cumpla sus compromisos, los alumnos franceses tendrán que levantarse cuando «monsieur le professeur» entre en el aula. Y eso de levantarse quiere decir callarse, desconectar el móvil, mirar al encerado, no hacer muecas ni gestos ofensivos, vestirse con un mínimo decoro, renunciar al insulto, la burla o la amenaza, prescindir de la fuerza, iniciarse en los tratos, no hacer ostentación de la belleza, convertir en tesón la rebeldía, ejercitar el don de la paciencia, aprender a sacarle punta al tedio, abrir bien los oídos, desempolvar la mente, recibir el legado de los siglos.

Creo que a quien más engorda esta vieja receta no es tanto al profesor como al discípulo. Y más al niño humilde que al de familia rica. En un colegio público reglado y exigente, ante unos profesores investidos de auctoritas, el que quiere estudiar lo aprende todo, y el que no, por lo menos, se doctora en decencia. Esa dura materia que consiste en ser lo que uno quiera, pero estar como debe. La buena educación es el menos avaro de los amos. Y uno va comprendiendo con el tiempo que no sólo aumentamos de estatura cuando ante un profesor, nos levantamos.


Laura Campmany