Es la noticia, qué le vamos a hacer. En un país elástico y sin cuotas, la foto de un «premier» con sus ministras no habría copado todas las portadas. Tendríamos asumido que saben manejar una cartera. Pero ese reino, evidentemente, aún está por llegar. Anteayer, comparaba el telediario la foto del primer gobierno de González – digno de una nación de bereberes – con la foto de ahora, tan femeninamente colorista. Eso que Berlusconi llama rosa. Quitando a las que sobran y todos conocemos, bienvenidas al mundo las mujeres.
Creo que algún día, cuando se analicen las grandes revoluciones de la Humanidad, se dirá que este siglo, y quizás el pasado, fue el que ensambló las piezas de la Historia. La «causa» feminista le ha dado un vuelco tal a las costumbres, y al antiguo equilibrio de poderes, que yo creo que hasta el último concepto, de la paz a la guerra y del triunfo al fracaso, está en lista de espera para un cambio de sexo. Miramos al futuro con ojos que entrechocan y convergen, y ya ni las princesas suspiran por carrozas argentinas. Ahora te ponen firmes, con voz emocionada y masculina.
No creo que las ministras, en virtud de su género, vayan a resolver lo irresoluble, y, para los milagros, van a necesitar una semana. Pero, aunque yo me temo que el cuadro que nos pintan tiene mucho de afeite y estrategia, lo cierto es que la escena se ha poblado de actrices, dispuestas, me imagino, a dar la talla. Sin apenas pasado, nuestro futuro cuelga del presente. Tendrán que hacer lo mucho que nadie espera de ellas. Tendrán que demostrar que cotizamos. Ya tiene, la igualdad, su vago y sospechoso ministerio. Ahora sólo nos falta que se entere la gente.