Otoño negro

Otoño negro

Viene el otoño de órdago, con la gripe A cabalgando sobre los primeros fríos, el inevitable incremento del paro, que por mucho que se disfrace traerá cola, la anunciada subida de impuestos, que nos arruinará un poco más, y las airadas reacciones de Montilla y compañía ante cualquier sentencia del Constitucional sobre el Estatut que no sea de estricto acatamiento. Son los cuatro palos que nos esperan a la vuelta de la esquina y lo único que podemos hacer para esquivarlos es negarnos el saludo y hasta el agua bendita.  

Como, desde que Zapatero está en el poder, la política española se juega a la chica, y todo son rebajas, empezando por la del bienestar, yo creo que nos estamos acostumbrando a vivir de los ases que aún escondemos bajo la manga. Qué sé yo, de la pensión de la abuela, del sablazo en cadena, de la limosna estatal, del tinto básico, del cheque sin fondos o del último crédito. Estamos todos como el alcalde de Alcaucín, guardando los euros que nos quedan bajo el colchón aun temiendo, o sabiendo, que nos hará la cama la Salgado. 

Yo este verano me he hartado de rosquilletas, que con sus cien calorías por unidad te colocan en la cintura el flotador de los pobres. Si vienen meses de vacas flacas y virus malevos, más vale disponer de un salvavidas. Y es que miras al cielo, donde deberían estar quienes gobiernan, y sólo ves una nube de pájaros. Ni una triste avioneta de rescate. Palabras huecas, cifras vacías, caminos inviables para alejarse de esta marejada. En cubierta, no sé si un plinto verde. Al timón, el espectro de la nada.


Laura Campmany