La lotería

La lotería

Les confieso que me producen vergüenza ajena – por mejor o peor nombre alipori – esas imágenes que cada 22 de diciembre, y casi siempre desde la puerta de un bar, nos ofrece la televisión española de los ganadores del Gordo, o el Flaco, de nuestra entrañable Lotería navideña. No sé si por efecto del alcohol que inevitablemente las inspira, las declaraciones de los agraciados en su minuto de gloria me dejan en los labios un sabor agridulce, como de espuma boba o luz hinchada. Como de poquedad en la avaricia. Como de niño solo que acapara juguetes.

Con un vocabulario bastante menos rico que el del famoso Alex – ya saben, ese  loro que era todo un licurgo, y hasta pedía perdón cuando se equivocaba -, nos van dando noticia los roncos acertantes de lo que van a hacer con su fortuna. Entre pitos y flautas, sólo logro entender que hay agujeros que al fin van a cerrarse con tapones de cava, y que la vida es bella, y hale, “a tomar por culo”. Un ganador expresa así su euforia y, por que quede claro, se reafirma en sus trece. Deduzco, por sus gestos, que está leti triunfante

Yo entiendo que el dinero se agradece cuando se tiene poco y fatiga ganarlo. Que ayuda a echar a andar un buen proyecto. Que abona los sembrados de la suerte. Pero vístanse ustedes de miedo o esperanza y dense un “voltio” por los hospitales, o por los surcos del amor sincero, por los largos pasillos de la vida y la muerte, y verán cuántas notas sublimes o rasgadas escapan a su helado tintineo. Verán que en otros bombos se juega, de verdad, otra lotería. Pero hay premios que ya no celebramos por culpa de esta nueva arquitectura. La que oculta la auténtica alegría en un mundo de bancos como templos.


Laura Campmany