Se ha puesto de moda la caza, con o sin licencia para matar. Es lo ameno de España: su intrahistoria furtiva. A poco que escarbes, te topas con una cacería vergonzosa. Aquí todo lo hacemos al revés de como aconsejan los libros de estilo. Primero la sentencia y luego el proceso. Primero convocamos una jornada de puertas abiertas, para que acuda la inmigración ilegal, y luego sacamos de ronda a nuestros agentes a detener sinpapeles. Cualquier día de estos se llevan también al ministro de Justicia. “Las gallinas que entran por las que salen”.
En un país donde la propia policía se dedica a la caza de inmigrantes con cupo diario y preferencias raciales a cambio de primas o moscosos, no es de extrañar que un joven descerebrado se sienta con derecho a agredir en el metro a una quinceañera foránea. Ahora dice sentir asco de sí mismo. Y no reconocerse en el famoso vídeo. Cuenta su abogado que al muchacho su madre lo abandonó de pequeño y no sé qué otras lástimas. Va a ser cierto, como ha dejado escrito mi hija de seis años en su primer ejercicio de introspección existencial, que “la bida es muidifisil”.
Se diría que tanto nuestra fuerzas del orden como nuestro sistema judicial se están volviendo sospechosamente selectivos. Hay tanto que limpiar, que el hecho de empezar por lo más fácil, o de cortar por donde menos duele, a derecha o izquierda, por arriba o abajo, raya en la mezquindad. Está el patio de luces que da miedo, pero si el trapo sucio es del vecino, ya ven que nadie atranca. Hemos llegado a un punto insoportable de inepcia, inoperancia, corrupción y cinismo. ¿No han notado en el aire un extraño perfume? Suele oler de esta forma, cuando el agua se estanca.