Niños y piratas

Niños y piratas

No puede ser que siempre, por acción u omisión, seamos nosotros, los espíritus fraternos que cantara Rubén Darío, los que acabemos haciendo de mártires. En aguas somalíes, sólo nosotros parecemos dispuestos a permitir que nos secuestren los barcos sin mover un dedo, ni tener un mal gatillo en que ponerlo, trayéndonos a casa, del modo más inoportuno, a dos individuos que peor estarían en la suya propia, y hasta engolfándonos en una especie de disquisición biométrica sobre la edad – que no el sexo – de los ángeles.  

A este paso, y ahora que se nos ha marchado José Luis López Vázquez a esa cabina del más allá que acostumbra a tragarse las monedas, terminaremos inventando un nuevo tipo de españolada, consistente en que nosotros ponemos la boca, con la famosa Alianza de Civilizaciones a modo de “piercing”, y los demás, desde Afganistán a Somalia, se dedican a rompérnosla en un pim pam pum que recuerda a los muñecos del cuplé. Para ser un Estado aconfesional, encuentro excesivo este permanente y devoto ofrecimiento de la otra mejilla.  

En la dramática historia del Alakrana – que aún podría y debería acabar bien – se ha hecho todo como solemos hacerlo: sin previsión, sin método, sin precaución y como fiando en la Providencia. Me imagino a los secuestradores, muertos de risa. No sé si serán tan estúpidos como el Capitán Garfio, pero nosotros empezamos a parecernos a Peter Pan.  Sólo que hay 36 personas en grave peligro. Sólo que una nación como la nuestra debería ser capaz de liberarlas. Sólo que vamos siendo mayorcitos para jugar a niños y piratas.


Laura Campmany