Me confunde, como la noche, esta afición de nuestros políticos nacionales, autonómicos, provinciales, municipales y hasta subcuánticos a regularnos la vida aun en los más íntimos predios, como la cantidad de alcohol que ingerimos o el volumen de humo que inhalamos mientras vamos tirando del hilo de las horas. Yo creo que todavía no han comprendido que no queremos conquistar la inmortalidad – esa especie de Ítaca -, sino disfrutar de la travesía, o marea. Servidora, en algunos ámbitos, está a favor del autogobierno.
En el futuro, si nos damos un garbeo, aunque sea transigente, por la tierra de Companys, no nos van a dejar disfrutar ni siquiera de una “happy hour”. Se acabó lo de tomarte dos lingotazos y pagar sólo uno, que luego no aparecen las facturas. Admito que la restricción puede repercutir beneficiosamente en la salud de los jóvenes, y en la imagen de nuestras ciudades, y en la calidad de nuestro turismo, pero también sospecho que más de uno, si le cierran el grifo, se convertirá al Botellón. Claro que para eso están los mosquitos.
Mejor harían los próceres patrios en dejar de salvarnos de nuestros malos hábitos y empezar a librarnos de los suyos, cosa que tienen más a su alcance. Dimitiendo, por ejemplo, cuando la cara, o el alma, se les ponga como una berenjena; gestionando el patrimonio público con un mínimo de honradez; respetando la división de poderes; y ahorrándonos el bochorno no sólo de algunos espectáculos, sino también de algunos aplausos. Pero ésa sería una hora feliz, y ya ven que la tenemos prohibida.