Coslada (pronúnciese «Cosleida») podría ser el nombre de uno de esos pueblos fronterizos, desangelados y polvorientos que aparecen en los «western» americanos. Y Ginés, el de su inevitable sheriff corrupto, al que uno se imagina entrando en el «saloon» con aire displicente, flanqueado por toda su cuadrilla. Cuando la escena avanza, lo ves pidiendo un whisky con un simple chasquido, mirando a las mujeres como si fueran tartas, poniendo el rifle encima de la mesa, recibiendo del dueño una bolsa de cuero y escupiendo en su estrella de hojalata.
Nos faltaba, en España, sumar a los juzgados negligentes, sentencias surrealistas, legajos que palpitan bajo telas de araña, prescripciones y pactos con más pies que cabeza – eso en lo que Bermejo no aprecia indicio alguno de colapso -, la corrupción interna, tan propia de un país a merced de los vientos. Somos tierra de nadie. Si hasta el Gobierno, fuera, se deja extorsionar por los piratas, y dentro la Justicia frisa en el cachondeo, lo extraño es extrañarse de que surjan las mafias.
Leo en los periódicos que el «sheriff» y su banda no se andaban con tapujos, y que nadie, en Coslada, ignoraba sus prácticas mafiosas. Que lo que era «vox populi» diera con los presuntos en la cárcel sólo ha sido cuestión de pocos años. Pero hay que agradecer que, aun con demora, de esos agentes poco escrupulosos nos libren, en buenhora, otros agentes. Como una pescadilla que se muerde la cola, la policía es un Cuerpo tan flexible, que hasta se autodetiene. Menos mal, porque ya ha dicho el alcalde que este caso siniestro ni le va ni le viene. Cómo iba a andar metiendo las narices en algo tan oscuro y delicado quien ni las ha tenido ni las tiene.