Verano azul

Verano azul

Azulea el verano de calor, desaliento y abandono. Los hoteles, en pleno mes de julio, aún están medio llenos, lo cual vale decir medio vacíos. Si aún te quedan tres duros en el gato, eres el rey del puerto. Para cenar tranquilo a la luz de la luna, ni tienes que hacer cola, ni precisas reserva. En las costas rizadas no titilan los yates, y ya no queda un tonto, ni un triste pagafantas. Va la gente con humo en el bolsillo. España está de oferta, pero nadie la compra. Como ya nadie cobra, nadie paga. Y, claro, viceversa.  

Se respira en las calles algo muy parecido a la calima. Un aire detenido que tan sólo se inflama allí donde los fuegos vuelven a hacer su agosto – idiotas y pirómanos mediante – con la puntualidad de un asesino a sueldo. Un espesor de duna apelmazada que sólo se estremece si asoman los gusanos, hacedores de ese opio que es la especia mediática: partidos ilegales finalmente disueltos, reuniones monclovitas que terminan en fiasco, pegajosos asuntos coloniales y una ley del aborto que nacerá abortada. 

Y el gobierno, en su palma, no queriendo enterarse de que este fiel “remake” de la pobreza, esta nueva versión del pasado más sórdido, este ya no tener ni para estrellas, ni para un breve crédito en la orilla, este derrumbamiento de esperanzas y saldos, es, sobre todo, triste, como una melopea. No veo yo brotes verdes en el verano azul que me rodea. Van a filmar de nuevo la serie de Mercero. Le sucede, a Chanquete, igual que a Zapatero: si la primera vez es empachoso, la segunda es que no hay quien se lo crea.


Laura Campmany