Esta tarde se enfrentará el Real Madrid al Barça, o viceversa, y a eso le llaman “el clásico”, quizás porque es una rivalidad que viene de antiguo, que se disputa en la cumbre y mueve pasiones. Visto así, es como si Góngora se enfrentara a Quevedo en un torneo de sonetos, o Mozart a Beethoven en un concurso de sonatas, o las dos décadas prodigiosas, los sesenta a los ochenta, en un duelo de “Los mejores años de nuestra vida”. Veremos qué ocurre esta tarde. Lo propio de un clásico es que tiende a superarse a sí mismo.
Otro clásico de la semana es el discurso del Presidente sobre la crisis que nos azota. ¡Pero qué insistencia, qué tesón, qué porfía en el optimismo! Como un mediano discípulo del profesor Pangloss, Zapatero ya reconoce que la situación no es la mejor de todas las posibles, que quizás nuestro batacazo económico sea algo más que una ligera desaceleración, pero afirma que lo peor ha pasado. Con el PIB por los suelos, y nuestra fábrica de parados a toda máquina, él ya ve signos de recuperación. Será porque tiene una Caja Mágica.
Yo no sé a ustedes, pero a mí sus pronósticos me merecen tanta credibilidad como los sahumerios de un curandero o las previsiones meteorológicas de Semana Santa. Es escucharlos y entrarme la risa floja. Los encuentro tan poco sólidos, tan poco fiables, tan irresponsables, tan charlatanescos, que lo que me saldría por la boca, si no fuera porque todavía no hablo sola, es el clásico carviano “¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?”. O el más regio y directo: “¿y por qué no te callas?”