Ese tipo, de Juana, tiene algo más que suerte. Tiene a un Estado entero dejándose robar hasta el sentido. No sólo te asesina al hijo o al hermano, sino que luego, cuando se le acaba el paseo por las nubes, se te instala en el piso de abajo, que es de admirar lo bien que disimula, y puedes irte dando por jodido, porque ahí es donde piensa vivir y oxigenarse, donde piensa cruzarse cada tarde contigo, para que con tu propia autonomía, tu propia dignididad y tus propios derechos, hagas un referéndum que no vote Ibarretxe.
De ese tipo, de Juana, dice el ministro Bermejo que lo importante es que haya aprendido la lección. A lo mejor se refiere a algún capítulo sobre héroes y tumbas de la Educación para la Ciudadanía, que no menciona el quinto mandamiento. Pero algo sabe ya que no sabía. Tiene que haberse dado cuenta, por ejemplo, de que matar personas en España no es ni remotamente un deporte de riesgo. En caso de captura, el precio es asumible y, tras el pronto pago, se abre ante ti un magnífico horizonte con vistas a las viudas que tú mismo forjaste, o a huérfanos que saben quién era el asesino.
Algo falla y rechina en la Justicia. Algo que va más lejos que un simple disparate. Dejar entrar al lobo en el aprisco raya en el contradiós. La ley está para evitar el daño, pero también la burla, el regodeo. Y si aún no tiene letras suficientes para alejar del huerto a los verdugos, que le pongan dos manos. Antes de que las calles se vuelvan indecentes, antes de que la sangre tiña de rojo el trigo, antes de que no puedan, mansamente, llorar los vivos y cantar los muertos. Antes de que una noche nos encontremos todos durmiendo en nuestra cama al enemigo.