Parece que en el PP las aguas vuelven a su cauce. La marejada, o marejadilla, provocada por las declaraciones de Aguirre y Rajoy ha terminado como empezó, sin que se sepa muy bien por qué o para qué. Algunas cosas han quedado muy claras. En primer lugar, que el tira y afloja sobre las causas de la derrota electoral o la definición ideológica del partido no es una cuestión personal. O sí. Y en segundo lugar, que Mariano piensa seguir contando en sus filas con Esperanza, y Esperanza apoyará a Mariano en el congreso de junio. O no.
No puede decirse que, en la entrevista que el programa «59 segundos» le hizo el lunes, la presidenta del PP madrileño estuviera diáfana. Dejó a los periodistas tan enterados de sus intenciones como del enigma de la esfinge, unánimes en la perplejidad y sin un titular que echarse a la boca. Pero, aunque haya quien, como Fraga, le aconseje majestuosamente que se calle, dijo la dirigente autonómica algo que nadie, creo yo, podría reprocharle, y es que el tiempo de las adhesiones inquebrantables ha pasado a la Historia. Quizás no se estuviera refiriendo a la dictadura.
El que aspire a convertirse en el representante de más de diez millones de españoles tendrá que contar con los avales necesarios, qué duda cabe, pero también con un proyecto que suscite entusiasmo y consenso. Tendrá que convencer a su tendido siete, y al último pañuelo de la plaza. En un mundo ideal, al congreso de junio se presentarían no dos, sino varios candidatos, y el más fuerte de todos sería el elegido. Pero a mundo de hoy sólo habrá un aspirante, y no precisamente indiscutido. No sé por qué sospecho que hay quien se lo imagina venciendo sólo para ser vencido.