La fragancia socialista

La fragancia socialista

Hay fragancias que se van, como el aroma a juventud, a verde rama, a ruismo y a alambicada intrascendencia del anti-artista Pepín Bello, o como el perfume a haces de leña, a caído fruto, a tarde lenta y rosa o a enloquecido desaliento del poeta Ángel González, que se ha muerto y ahora, palabra sobre palabra, ya será un violinista en el tejado. Y hay fragancias que vienen, como la que desprenden esas bolsitas que el PSC acaba de sacarse del mortero para ponerle olor a su campaña. O sea, a falta de un ave, la gallina.

El nuevo producto electoral, tan transparente y sigiloso que se le podría haber ocurrido al propio Montilla, y tan delicado y poético que se le tendría que haber ocurrido al vate Bermejo, mezcla un sinfín de esencias: albahaca, bergamota, artemisa, pimienta blanca… Olores que, como todo el mundo sabe, representan la igualdad, la justicia o el progreso, con toques de pasión y confianza. Es decir, los valores socialistas. Como tales valores no siempre resultan claramente identificables por sus conductos naturales, quien quiera percibirlos tendrá que practicar la sinestesia.

Si es cierto que los españoles razonamos con el hígado, amamos con el estómago y votamos con las entrañas, la fantasiosa iniciativa no caerá en saco roto, y hasta puede que siente precedentes. Como ya hemos pasado de valorar el mérito a valorar la imagen, ¿por qué no decidir con el olfato? A lo mejor las urnas nos daban la sorpresa, porque efectivamente hay palabras que huelen. Algunas a carnuzo, y otras, a putrefacto. Con todo, la fragancia merece una risueña bienvenida. Augurémosle humor y larga vida. Como dijo el poeta, «el éxito de todos los fracasos».
Laura Campmany