El Libro Negro de ETA está lleno de cifras y mapas, estrategias y proyectos, y hasta contiene una fórmula de convivencia y un modelo de Estado. Las cifras son de muertos conseguidos, los mapas, los de un próximo atentado, la estrategia es el miedo, y el proyecto, un país esclavizado. Ya nos temíamos que esta vez el terrorismo autóctono participaría en la campaña con todas sus letras, con su pólvora ciega, con sus entrañas huecas, con la brutalidad de su ideario, con una infame tregua en el activo, con muchas concesiones y la complicidad de un calendario.
A Isaías Carrasco lo ha matado la ETA para agriarnos la fiesta, para echar a las urnas su moneda de fango, recordarnos que no somos tan libres y mancharnos de sangre la camisa, el voto, la mirada, la conciencia, y hasta la comisura de los labios. No les valen ni fueros ni estatutos, ni indultos ni amnistías, ni promesas ni pactos. Lo que anhelan no es paz sobre la Tierra. Quieren seguir viviendo a tiro hecho, quieren seguir oyendo la voz de una ambulancia, quieren seguir limpiando la vida de personas… Son sicarios en busca de una guerra.
Habrá que derrotarles para que nadie pase por la infinita soledad de un arma apuntando a su cuerpo en plena calle. Carrasco trabajaba en la autopista, ya no era concejal y no llevaba escolta. Era marido y padre. Al salir de su casa, un joven se le acerca, le dispara, y ahí acaba su historia. El fin es el principio de todo asesinato. Quizás pasó una nube por sus ojos con forma de injusticia o disparate antes de irse a engrosar el Libro Negro de los independentistas abertzales. Qué mitin tan amargo. Qué silencio tan triste y ominoso el de este sepulcral ocho de marzo.