The one

The one

Se ha muerto Michael Jackson y me pregunto por qué. Por qué a un hombre que lo ha tenido todo, talento, fama, admiración, dinero, le sobreviene un jueves un infarto, antes de lo inminente de una gira, antes de que volvieran a encenderse los focos para sacarles chispas a sus trajes dorados, antes de que la edad lo consumiera, antes de que sus pies se alicortaran, antes de que su piel se trasluciera. O por qué, si es que es cierto, él mismo se cruzó hacia el otro lado con un óbolo gris bajo la lengua. Cuesta entender sin miedo por qué mueren los astros.  

Igual que las estrellas más remotas, su luz helada seguirá llegando a todos los rincones del planeta en forma de canción y de pirueta, en forma de papiro y voz quebrada, en forma de una mano en la bragueta, mientras su muerte viaja a través del espacio. Por algo era “the one”. Era un genio nacido para el alba, pero en su última hora, ya a solas con el último pañuelo, a las puertas de su otro Neverland, quizás su alma volviera a ser de cera, a ser la del pequeño de los Jackson. 

Se ha muerto, como tantos, de su propio reflejo. De ambición y de espanto. De saberse distinto, de sentirse inmortal, y luego descubrirse en un espejo. Yo no sé si era bueno o si era “bad”. Tuvo una infancia triste y quizás hizo daño. No sé de quién huía con su máscara avara. Ignoro el contenido de sus sueños. Pero hizo como nadie lo que mejor hacía: electrizar consigo un escenario. Si allá arriba hay un Dios que lo esperaba, me pregunto en qué coro lo habrá puesto. ¿Con los ángeles negros o los ángeles blancos?


Laura Campmany